Sofía
Busqué lo que quedaba de mí en esa habitación de hotel, y luego la vi, allí tirada, en esa cama de matrimonio con forma de corazón colocada a propósito rozando los ventanales. Sí, estaba muerta, o al menos lo parecía. No fui capaz de recordar nada, ni siquiera cómo había llegado allí. Encendí un cigarrillo y abrí aquel pequeño mueble-bar en ruinas y me bebí la única botella de quince centilitros que quedaba de ginebra. Un único y duro trago, después bajé a desayunar. Café solo y sin azucar, huevos revueltos y zumo de naranja. -Me gustan los hoteles con desayuno intercontinental- pensaba mientras trataba de recordar la noche pasada. Solo recordaba mi coche mal aparcado y la acera mojada de camino al mismo bar de todos los lunes. Regresé a la habitación y ella ya no estaba. Alivio. En lugar de su cuerpo, encontré en aquel corazón con forma de cama un número de teléfono y un nombre. Sofía. Ahora recuerdo, así me dijo el camarero de mi bar que se llamaba aquella chica de la esquina más oscura de la barra. Pero sigo sin entender el desastre de la habitación ni su pinta de cadáver de dos días aquella mañana.